martes, 26 de julio de 2011

Historia: Los caballos del Arcipreste de Hita


En el prólogo del libro El caballo en España, don Álvaro Domecq Díez dice que "nuestra Historia es una Historia montada a caballo" y tiene toda la razón del mundo, sobre todo aquella parte de esa Historia que llamamos "Reconquista", porque ¿qué habrían hecho moros y cristianos durante ocho siglos si no hubiesen tenido caballos?, ¿cómo habría podido Almanzor llegar hasta Barcelona o Santiago sin su famosa caballería bereber? y ¿no obtuvo Castilla su independencia gracias a un caballo? ("Tras vencer a Almanzor  -dice García López al hablar del poema épico-,  el conde castellano es apresado por el rey de Navarra, pero le libra doña Sancha a condición de casarse con ella. Encarcelado más tarde por el rey de León, es libertado de nuevo por su esposa, y al fin logra la independencia de su condado al no poder pagar el rey el azor y el caballo que aquél le vendió en otro tiempo"). En el Cantar de Rodrigo hay una frase que simboliza la época, pues el autor dice en un momento dado que el personaje "en lugar de tomar la sopa, tomó las riendas del caballo"..., y pasajes hay de aquella larga e interminable guerra que más parecen un torneo deportivo a caballo que una lucha de hombres.

Claro que mientras tanto un rey inglés gritaba también aquello de "¡Un caballo! ¡Un caballo!... ¡Mi reino por un caballo!".

Y, sin embargo, ahora quiero olvidarme de los caballos "históricos" y traer a colación los caballos del Arcipreste de Hita. Ya, ya sé que fueron caballos sin nombre y puros entes de ficción (como más tarde lo serán Rocinante y Clavileño), pero en cierto modo son los primeros caballos de nuestra literatura.

Juan Ruiz nació en Alcalá de Henares y gran parte de su vida la pasó en Hita, un pueblo de la actual provincia de Guadalajara, tierras por entonces de gran influencia árabe, aunque por el contenido de su obra debió de llevar una vida bastante agitada y movida. Fue, sin duda, el gran poeta medieval y el primero en quien se da plenamente lo que luego se definiría como "estilo personal".

Pues bien, el Arcipreste no se olvida de los caballos en su Libro de buen amor, una de las joyas de nuestra literatura, y aquí están para recreo de los amantes del mejor castellano antiguo sus dos poemas "caballeriles". El primero se titula "Enssiemplo del cavallo e del asno" y, como verá el lector, es una especie de fábula dirigida a los soberbios y orgullosos del mundo. Dice así:

Yva lydiar en campo el cavallo faziente,
porque forçó la dueña el su señor valiente;
lorigas bien levadas, muy valiente se siente,
mucho delant' él yva el asno mal doliente.
Con los pies e las manos e con el noble freno,
el cavallo sobervio fazia tan gran sueno,
que a las otras bestias espanta como trueno;
el asno con el miedo quedó, e no l' fue bueno.
Estava rrefusando el asno con la carga.
Andava mal e poco, al cavallo enbarga:
derribóle el cavallo en medio de la varga:
diz': "Don villano nesçio, buscad carrera larga".
Dio salto en el campo, ligero, aperçebido;
coydó ser vencedor e fyncó el vencido.
En el cuerpo, muy fuerte, de lança fue ferido;
las entrañas le salen, estaba muy perdido.
Desque salyó del campo, non vale una çermeña:
a arar lo pusieron e a traer la leña,
a vezes a la noria, a vezes a la açenia:
escota el sobervio el amor de la dueña:
Tenía desolladas del yugo las cerviçes,
del inogar a veçes, fynchadas las narizes,
rrodillas desolladas, faziendo muchas prizes;
ojos fondos, bermejos como pies de perdizes;
Los quadriles salidos, somidas las ijadas,
el espinazo agudo, las orejas colgadas:
vídolo el asno nesçio: rixo bien tres vegadas,
diz': "Conpañon sobervio ¿dó son tus empelladas?
¿Dó es tu noble freno e tu dorada silla?
¿Dó es la tu sobervia, dó es la tu rrençilla?
Siempre byvrás mesquino e con muncha mançilla:
vengue la tu sobervia tanta mala postilla".
Aquí tomen enxienplo e lyción cada día
los que son muy sobervios con su gran orgullya:
que fuerça, hedar e onrra, salud e valentía
non pueden durar syenpre; vanse con mançebía.

El segundo es otra fábula, ahora dedicada a los golosos, y se titula "Enxienplo del león e del cavallo". El poema comienza así:

Un cavallo muy gordo pascía en la defesa;
veníe 'l león de caça, pero con él non pesa;
el león tan goloso al cavallo sopessa;
"Vassalo", dixo, "mío, la mano tu me besa".
Al león gargantero rrespondió el cavallo,
dyz': "Tú eres mi señor e yo so tu vasallo:
en te besar la mano yo en eso me fallo;
mas yr a ty non puedo, que tengo gran contrallo.
Ayer do me ferrava un ferrero maldito,
echóme en este pie un clavo atan fito,
enclavóme: ¡ven, señor, con tu diente bendito!
Sácalo, faz de my como de tuyo quito!...".

Y luego termina con la coz mortal que el equino asesta en plena frente al león y la propia muerte del "cavallo" por un hartón de "yervas muy esquivas".

Corrían tiempos de moros y cristianos... y los caballeros comenzaban a mirar a su alrededor en busca de algo que no fuese guerra y lucha fratricida. La cruz casi había vencido ya a la media luna.

Poco antes, otro poeta del otro lado, Ben Said al-Magribi, había visto un caballo negro con el pecho blanco:

"Negro por detrás, blanco por delante, vuela entre las alas de los vientos.
Cuando lo miras, te muestra una noche oscura que se abre para dejar paso a la aurora.
Los hijos de Sem y los de Cam viven en él en paz y no escuchan las palabras del que los encizaña.
Las pupilas no se prendan de él, hasta que ven que su hermosura tiene el negro y el blanco pronunciados de los ojos de las hermosas".

Y es que, de norte a sur y de este a oeste, aquellos españoles, espada en cruz o cimitarra curvada, saben que sólo tienen un buen amigo: su caballo. El más noble de los animales de la creación.

Fuente: "Caballos historia, mito y leyenda" de Julio Merino, Compañía Literaria, S. L., 1996. Págs.: 107-110.

Para saber más:
http://es.wikipedia.org/wiki/Arcipreste_de_Hita

http://users.ipfw.edu/jehle/poesia/arcipres.htm

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