jueves, 13 de enero de 2011

Historia: los caballos de Leonardo da Vinci








Cuenta una vieja leyenda romana que un día del mes de enero del año 1560 el papa Paulo IV llamó a Miguel Ángel, el gran Miguel Ángel Buonarroti, el genio de la Capilla Sixtina y el que casi hizo hablar a Moisés, para conversar sobre "tiempos pasados" de Milán, Bolonia, Pavía, Ragusa, Florencia y etcétera y recordar juntos las viejas glorias del arte renacentista... Fue entonces cuando, al parecer, Miguel Ángel dijo estas palabras:

-- Santidad, no le deis más vueltas: yo no sé lo que la Historia dirá de mi obra ni en qué lugar me colocarán los hombres del mañana; como no sé qué dirán de Donato di Niccoló di Betto Bardi (Donatello, para nosotros), ni de Guido di Pietro da Mugello (Fra Angélico), ni de Tommaso di Mone Cassai (Masaccio), ni de Filippo Lippi, ni de Piero della Francesca, ni de los Bellini -Jacopo, Gentile y Giovanni- ni de Andrea Verrochio, ni de Donato Bramante, ni de Sandro Botticcelli, ni de Pietro Vanucci (el Perugino)... pero sí sé lo que dirán y escribirán de Leonardo Piero Vince... porque él fue, sin duda, el mejor, la cúspide del arte y el saber de su tiempo. ¡Dios, lo que yo habría dado por tener la cabeza y los sentidos de aquel hombre!

Y es que a la hora de hablar del Renacimiento (pintura, escultura, arquitectura, ingeniería, anatomía, geología, hidráulica, naturalismo, etcétera) Leonardo da Vinci es el artista, el compendio, la cumbre, el genio... ya que, ciertamente, nadie como él sintió el ansia de saber ni tuvo sus inquietudes, ni abrió y recorrió tantos caminos.

Pero ahora y aquí no vamos a hablar del Leonardo de la "Santa Cena"; ni del ingeniero revolucionario que quiso hacer volar al hombre; ni del anatomista que diseccionaba cadáveres para copiar del natural los órganos corporales; ni del inventor que quiso transformar las técnicas guerreras de la época... ni siquiera del Leonardo de La Gioconda. Hoy y aquí vamos a hablar de los caballos de Leonardo, de aquella pasión que sufrió por la raza equina desde sus años mozos y sobre todo a partir del monumento de Francesco Sforza...

La primera vez que Leonardo se enfrentó artísticamente con un caballo fue en marzo de 1481 (tenía veintinueve años), al encargarle los monjes de San Donato en Scopeto, cerca de Florencia, que pintara el retablo del altar de la capilla del convento... es decir, cuando comenzó La Adoración de los Magos y se planteó la perspectiva del fondo. Porque ahí aparecen (dibujos de los Uffizi) sus primeros caballos, incluso su preocupación por los diversos movimientos de este animal. Como puede verse en cualquier reproducción de la obra, son unos caballos violentos e indómitos, apuntes claros de cualquier ejemplar "toscano".
Después Leonardo cambia la Florencia de los Médicis por el Milán de Ludovico el Moro, a quien llega precedido por una carta de "autopresentación" y una lira de plata esculpida en forma de cráneo de caballo (¡tan bien conocía ya la anatomía del animal!)... y allí, en la capital del norte, se encuentra con el primer gran desafío de su vida: el monumento ecuestre a Francesco Sforza.

Pero llegados aquí quiero reproducir estas líneas de la biografía de Silvana Levi Orban:

-- "Algunos críticos piensan que fue gracias a este trabajo que Leonardo pudo realizar su deseo de alejarse de Florencia; sin embargo, el encargo de esa obra produjo cierto interés en el artista, hasta tal punto que en la carta de autopresentación ante la corte escribió: "También podrá realizarse el caballo de bronce, que será gloria inmortal y eterno horno de la feliz memoria del Señor vuestro padre y de la ínclita casa de Sforza". Leonardo, que se sentía atraído por los problemas del movimiento, se sintió más fascinado por el estudio del caballo que el del caballero. Sus primeros dibujos analizaban de manera minuciosa las formas anatómicas del animal, que quería detenido en la posición más vital y noble del encabritamiento; en cuanto al duque, al que debía estar dedicada la estatua, en esos primeros estudios no era más que un montón de líneas esbozadas un poco rápidamente y directamente no existía."

La idea de hacer un caballo alzado sobre sus patas posteriores era técnicamente muy ambiciosa: hasta ese momento, nadie había podido construir una estatua en esa posición, ya que creaba varios problemas por la inhabitual distribución del peso. Otra dificultad la constituía la cantidad de material que debía fundirse: el monumento, en efecto, debía alcanzar la considerable altura de 7 metros y 64 centímetros. Si hubiera logrado realizar la obra tal como la había previsto en un primer momento, Leonardo habría eclipsado completamente la fama de dos recientes y grandiosos monumentos ecuestres a la memoria de Colleoni y de Gattamelata, realizados respectivamente por su maestro Verrochio y por Donatello. Pero los problemas técnicos que afrontó evidentemente debían de ser insuperables en la época y la obstinación con que Leonardo persiguió su imposible proyecto estuvo a punto de hacerle perder el encargo. Ludovico, en efecto, cuando en 1489 se dio cuenta de que la obra aún estaba en sus primeros esbozos, se dirigió otra vez a Lorenzo de Médicis para pedirle que le mandara uno o dos maestros adecuados para la ejecución de la estatua. Es evidente que el problema no era de fácil solución y desde Florencia no llegó ningún experto. Leonardo, después de una pausa debida posiblemente a la indignación por la escasa confianza demostrada hacia su capacidad para continuar el proyecto, siguió ocupándose de él el 23 de abril de 1490. Ese día inició un nuevo cuaderno, el denominado Códice C -hoy en París- y después de la fecha se ve esta nota: "comienzo este libro y recomienzo el caballo".

¡Ay!, pero Leonardo tuvo que abandonar la idea del caballo encabritado y replegarse a la más clásica del caballo "al paso". Lo cual le obligó a estudiar de nuevo y desde el principio la anatomía del cuadrúpedo y todos los posibles problemas de musculatura. Quizá por todo ello el monumento a Francesco Sforza sólo quedó plasmado para la posteridad en cientos de dibujos y apuntes... (para dolor del propio Leonardo la estatua nunca llegó a fundirse en bronce, ya que Ludovico envió el bronce dedicado a la fundición del caballo a su cuñado, el duque de Este, para que lo usase en hacer cañones y los soldados franceses que invadieron Milán en 1499 derribaron el modelo original en yeso).

A finales de 1502, Leonardo regresó a Florencia y se enfrentó de nuevo con sus amigos los caballos en el fresco de La batalla de Anghiari, cerca de Arezzo, y fue elegido por el mismo Leonardo para decorar una de las paredes de la sala del Consejo del Palazzo Vecchio. El motivo central era -puesto que la obra desapareció muy pronto- un combate de cuatro jinetes que luchan alrededor de una bandera, y ahí puede verse perfectamente el dominio que Leonardo tenía ya de la anatomía equina.

Después de La batalla de Anghiari Leonardo se enfrentó a otro monumento ecuestre: el del mariscal Gian Giacomo Trivulzio, aunque tampoco llegó a realizarlo. Según los biógrafos, el genial Leonardo tenía metida en su mente la estatua romana, actualmente perdida, del Regisole de Pavía... y los cientos de caballos que había observado y estudiado en Milán para la estatua de Sforza, como lo demuestran los llamados dibujos Windsor dedicados a la forma, a la anatomía, al movimiento del caballo e incluso de caballos concretos, con indicación de raza y nombre del propietario.

Leonardo murió el 2 de mayo de 1519... mientras Hernán Cortés conquistaba México con un puñado de hombres y ¡dieciséis caballos!

Fuente: "Caballos, historia, mito y leyenda" de Julio Merino. Ed. "Compañía Literaria, S.L.", 1996. Págs.: 193-196.
Para saber más:

No hay comentarios:

Publicar un comentario