miércoles, 20 de enero de 2010

Historia: Al Buraq, la yegua divina de Mahoma

Mucho y bien vamos a tener que hablar en los próximos capítulos de los caballos árabes, su origen, sus características, su selección, su adiestramiento, su historia..., pero, antes de entrar en materia, e incluso antes de referir la famosa leyenda beduina que hace nacer el caballo del Viento del Sur y un deseo de Alá, quiero que el lector se familiarice con Al Buraq, la yegua blanca que el ángel san Gabriel ofreció a Mahoma para hacer el viaje al séptimo cielo, ya que con ella y en ella arranca la mística del "pura sangre" árabe que dio origen a toda la "caballería andante" de la historia moderna.
Cuenta la leyenda -y en este caso sigo fielmente la versión de Washington Irving- que tras "el año de luto" que siguió a la muerte de Jadicha, su primera esposa, Mahoma tuvo una visión o revelación que le hizo realizar un viaje nocturno al séptimo cielo (año 619 de nuestra era) en los siguientes términos:

"A media noche, Mahoma se despertó al oír una voz que le decía: "¡Despierta, deja de dormir!" Entonces vio junto a él al ángel Gabriel. Su frente era limpia y serena, su cutis blanco como la nieve, el pelo le caía sobre los hombros; tenía alas de muchos y deslumbrantes colores, y sus ropas estaban cubiertas de perlas y bordados de oro."

Presentó a Mahoma un corcel blanco de formas y características maravillosas; no se parecía a ningún ejemplar de los que había visto antes, y, a decir verdad, era distinto de todos los animales descritos hasta entonces. Tenía rostro humano, pero las mejillas eran las de un caballo: sus ojos eran como jacintos y brillantes como estrellas. Tenía alas de águila, resplandecientes de rayos de luz, y todo su conjunto aparecía cuajado de gemas y piedras preciosas. Era una hembra y por su increíble esplendor y velocidad recibió el nombre de Al Buraq, es decir, "relámpago".

Mahoma se dispuso a montar este corcel sobrenatural, pero, cuando alargó la mano hacia él, el animal retrocedió y se encabritó.

--Estate quieto, ¡oh Buraq! -dijo Gabriel-; respeta al profeta de Dios. Nunca te ha montado un hombre mortal más honrado por Alá.

--¡Oh, Gabriel! -replicó Al Buraq, que en aquella ocasión recibió el don milagroso del habla-: ¿Acaso no llevé en tiempos antiguos a Abrahán, el amigo de Dios, cuando visitó a su hijo Ismael? ¡Oh, Gabriel! ¿no es él el mediador, el intercesor, el autor de la profesión de fe?

--Sí, Buraq, pero éste es Mahoma In Abdallah, de una de las tribus de Arabia Feliz y de la verdadera fe. Es el jefe de los hijos de Adán, el mayor de los legados divinos y el sello de los profetas. Todas las criaturas deben contar con su intercesión antes de entrar en el paraíso. El cielo está a su mano derecha, como recompensa para los que creen en él; a su izquierda está el fuego de la Gehena, donde serán arrojados quienes se opongan a sus doctrinas.

--¡Oh, Gabriel! -suplicó Al Buraq- por la fe que existe entre tú y él, haz que interceda por mí en el día de la resurreción.

--Te aseguro, ¡oh, Buraq! -exclamó Mahoma-, que gracias a mi intercesión entrarás en el paraíso.

Al oír estas palabras, el animal se acercó y se inclinó para que el profeta subiera a sus espaldas. Luego se levantó y se remontó por encima de las montañas de La Meca.

Mientras que pasaban como el rayo por entre el cielo y la tierra, Gabriel clamó en voz alta: "¡Detente, oh, Mahoma!, desciende a la tierra y haz la oración con dos inflexiones del cuerpo".

Bajaron a la tierra y después de la oración Mahoma dijo:

--¡Oh, amigo y querido de mi alma!, ¿por qué me ordenas rezar en este lugar?

--Porque éste es el monte Sinaí, en el que Dios se comunicó con Moisés.

Ascendiendo de nuevo por los aires, pasaron rápidamente entre el cielo y la tierra hasta que Gabriel volvió a decir por segunda vez: "¡Detente, oh, Mahoma! Desciende y haz la oración con dos inflexiones". Descendieron, Mahoma rezó y volvió a preguntar: "¿Por qué me has ordenado rezar en este lugar?".

--Porque estamos en Belén, donde nació Jesús, el hijo de María.

Luego reanudaron su recorrido por los aires y oyeron tres voces sin que Buraq se detuviese y luciendo al viento sus crines y su galope angelical. Mahoma, considerando que no era él quien debía marcar su camino, sino Dios, el todopoderoso y glorioso, se dejó llevar por la espléndida yegua hasta los confines de Jerusalén. Entonces preguntó a quién correspondían aquéllas tres voces y Gabriel dijo:

--La primera, oh Mahoma, era la voz de un judío; sí le hubieras escuchado, todo tu pueblo se habría pasado al judaísmo. La segunda era la voz de un cristiano; si la hubieras escuchado, tu pueblo se habría inclinado al cristianismo. La voz de la dama era el mundo, con todas sus riquezas, vanidades y atractivos; si la hubieras escuchado, tu nación habría elegido los placeres de esta vida en vez de la felicidad eterna, y todos habrían quedado condenados a la perdición.

Y llegaron a la puerta sagrada del templo de Jerusalén, donde Mahoma bajó de Al Buraq y la ató a los aros donde los profetas la habían atado en tiempos anteriores. Luego subió por una escalera de luz hasta los siete cielos... mientras Al Buraq trotaba las viejas arenas traídas del desierto.

Naturalmente, después de este pasaje legendario y de Al Buraq, la yegua blanca con cabeza de mujer y alas de águila, Mahoma siguió su camino y tuvo otros caballos y otras yeguas. Aquellos caballos y aquellas yeguas que con la espada esparcieron las simientes del Islam por todo el mundo conocido. Pero de todo ello hablaremos en los siguientes capítulos.

Fuente: "Caballos, historia, mito y leyenda" de Julio Merino. Ed. "Compañía Literaria, S.L." (1996). Págs. 66-70.

Para saber más:




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