jueves, 31 de diciembre de 2009

Historia: Los caballos de Don Miguel de Cervantes


Me voy a apartar de la senda histórica para irme de lleno al mundo de la ficción y la "locura caballeril"... Es decir, al mundo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, que creó y glorificó don Miguel de Cervantes Saavedra. Fue en julio cuando Alonso Quijano el Bueno inició su primera salida montando en Rocinante...
"Hechas, pues, estas prevenciones no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según era los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar y deudas que satisfacer. Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención y sin que nadie le viese, una mañana antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza y, por la puerta falsa de un corral, salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo".

Pero, antes de montarnos nosotros también en el príncipe de los caballos literarios, quiero recordar a los lectores tres cosas, sobremanera importantes: 1) Que Cervantes cita a Rocinante exactamente 181 veces (113 en la primera parte y 68 en la segunda) y que la famosa novela no podría sostenerse en pie sin la presencia de tan singular caballo... Quizá por aquello de que "caballero" viene de "caballo" y que sin éste no hubiera podido existir el caballero Don Quijote de la Mancha. 2) Que, curiosamente, Rocinante aparece antes que el mismísimo Sancho Panza (16 veces le cita el escritor en el transcurso de la primera salida) y que a lo largo de la obra es el rocín quien dirige los pasos del caballero y su escudero y quien mantiene el mayor afecto de Don Quijote...

"Dichosa edad y siglo dichoso aquél adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser cronista de esta peregrina historia. Ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras".

...Y 3) que Miguel de Cervantes fue no sólo un gran lector de las "novelas de caballería" y, por tanto, un gran conocedor del "mundo caballeresco" de la Edad Media, sino también un amante de los caballos y su historia... como lo demuestran sus descripciones equinas y sus continuas citas de algunos caballos célebres, el que más el Babieca del Cid...

"El nombre -escribe cuando está queriendo bautizar a Clavileño- no es como el caballo de Belerofonte, que se llamaba Pegaso; ni como el del Magno Alejandro. llamado Bucéfalo; ni como el del furioso Orlando, cuyo nombre fue Brilladoro; ni menos Bayarte, que fue el de Reinaldos de Montalbán; ni Frontino, como el de Rugero; ni Bootes ni Peritoa, como dicen que se llaman los del Sol, ni tampoco se llama Orelia, como el caballo (no era una yegua, como ya vimos en su momento) en que el desdichado Rodrigo, último rey de los godos, entró en la batalla donde perdió la vida y el reino."

Respecto a su admiración por Babieca, baste recordar aquellos versos que comienzan diciendo "Soy Rocinante el famoso, bisnieto del gran Babieca, aquél que por pecados de flaqueza fue a poder de un Don Quijote..." o el "Diálogo entre Babieca y Rocinante", que, en forma de soneto, dice así:

B. -¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?
R. -Porque nunca se come y se trabaja.
B. -Pues, ¿qué es de la cebada y de la paja?
R. -No me deja mi amo ni un bocado.
B. -¡Anda, señor, que estás muy mal criado!
pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.
R. -Asno se es de la cuna a la mortaja.
¿Queréislo ver? Miradlo enamorado.
B. -¿Es necedad amar?
R. -No es gran prudencia.
B. -Metafísico estáis.
R. -Es que no como.
B. -Quejaos del escudero.
R. -No es bastante. ¿Cómo me he de quejar en mi dolencia, si el amo y escudero o mayordomo son tan rocines como Rocinante?

El hecho es que para Cervantes el caballo es un personaje más (como para Homero en su Ilíada o para Shakespeare en su Ricardo III) y que cuando piensa y crea a Don Quijote lo hace en unión de Rocinante... ¿No es curioso comprobar que en su "primera salida", precisamente en la que le arman "caballero", su único acompañante sea el rocín que ya ha transformado en "gran caballo"?...

"Fue luego a ver su rocín y, aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela que Tanum pellis et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro, ni Babieca, el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque -según se decía él a sí mismo- no era razón que caballo de caballero tan famoso y tan bueno él, por sí, estuviese sin nombre conocido; y así procuraba acomodársele de manera que declarase quién había sido antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razón que, mudando su señor estado, mudase él también el nombre; y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba; y así, después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo".

Y así fue como entró Rocinante en el más bello relato novelesco que conocieron los siglos y cómo se puso a la altura o superó a los más grandes caballos reales de la Historia. Aunque de todo esto y de las mil aventuras que vivió con Don Quijote de la Mancha y Sancho Panza tendremos que hablar en otro capítulo... pues no en vano el autor puso este epitafio en la sepultura del personaje:

Aquí yace el caballero
bien molido y mal andante
a quien llevó Rocinante
por uno y otro sendero.

Fuente: "Caballos, historia, mito y leyenda" de Julio Merino, 1996. Págs. 151-154.

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