martes, 12 de enero de 2010

Historia: Clavileño, el bisnieto de Pegaso




Primero fue Pegaso, el caballo volador de la mitología griega, aquel que hizo de Belerofonte el mejor jinete de la Historia... Después fueron los caballos de La Ilíada y muy en especial aquel Janto de Aquiles, que tenía los pies más ligeros que su amo... Luego surgió el Encantado caballo negro de Las mil y una noches, que quitó el sueño al gran Leonardo y anunció la llegada de esos monstruos del aire que se llaman "aviones"...

Y ahora nos topamos con Clavileño, el segundo caballo del Quijote y uno de los grandes sueños de don Miguel de Cervantes, aquella máquina de volar que eleva al caballero de la triste figura y su escudero más allá de los reinos del gigante Malambruno...

La historia comienza en el capítulo XXXVI de la segunda parte ("Donde se cuenta la extraña y jamás imaginada aventura de la dueña Dolorida, alias de la condesa de Trifaldi, con una carta que Sancho Panza escribió a su mujer, Teresa Panza") y es, sin duda, una de las más entretenidas de la obra inmortal, pues no en vano Sancho transmuta su espíritu y se prepara para gobernar...

"Por la fe de hombre de bien juro, y por el siglo de todos mis pasados los Panzas, que jamás he oído ni visto, ni mi amo me ha contado, ni en su pensamiento ha cabido semejante aventura como ésta..."

Pero ¿qué es y cuándo y por qué aparece Clavileño?... Indudablemente, Clavileño no es un caballo de carne y hueso como Rocinante, sino una "máquina" -como dice el propio Cervantes- con apariencia de caballo que vuela, planea a ras del suelo o se eleva por los aires a media altura.

"-Es el caso -respondió la Dolorida- que desde aquí al reino de Candaya (...aquel que cae entre la gran Trapobana y el mar del Sur, dos leguas más allá del cabo Comorín), si se va por tierra, hay cinco mil leguas, dos más o menos; pero si se va por el aire y por línea recta, hay tres mil y doscientas veintisiete. Es también de saber que Malambruno me dijo que cuando la suerte me deparase al caballero nuestro libertador, que él le enviaría una cabalgadura harto mejor y con menos malicias que las que son de retorno, porque ha de ser aquel mismo caballo de madera sobre quien llevó el valeroso Pierres robada a la linda Magalona: el cual caballo se rige por una clavija que tiene en la frente, que le sirve de freno, y vuela por el aire con tanta ligereza que parece que los mismos diablos le llevan. Este tal caballo, según es tradición antigua, fue compuesto por aquel sabio Merlín; prestóselo a Pierres, que era su amigo, con el cual hizo grandes viajes y robó, como se ha dicho, a la linda Magalona, llevándola a las ancas por el aire, dejando embobados a cuantos desde la tierra los miraban; y no les prestaba sino a quien él quería o mejor se lo pagaban, y desde el gran Pierres hasta ahora no sabemos que haya subido alguno en él. De allí le ha sacado Malambruno con sus artes, y le tiene en su poder, y se sirve de él en sus viajes, que los hace por momentos por diversas partes del mundo, y hoy está aquí, y mañana en Francia, y otro día en Potosí; y es lo bueno que el tal caballo ni come, ni duerme ni gasta herraduras, y lleva un portante por los aires, sin tener alas, que el que lleva encima puede llevar una taza llena de agua en la mano sin que se le derrame una gota, según camina llano y reposado, por lo cual la linda Magalona se holgaba mucho de andar caballera en él.¨
-¿Y cuántos caben en ese caballo? -preguntó Sancho.
La Dolorida respondió:
-Dos personas: la una, en la silla, y la otra, en las ancas, y por la mayor parte estas tales dos personas son caballero y escudero, cuando falta alguna robada doncella.
-Quería yo saber, señora Dolorida -dijo Sancho-, qué nombre tiene ese caballo.
-El nombre -respondió la Dolorida- no es como el caballo de Belerofonte, que se llamaba Pegaso; ni como el del Magno Alejandro, llamado Bucéfalo; ni como el del furioso Orlando, cuyo nombre fue Brilladoro; ni menos Bayarte, que fue el de Reinaldos de Montalbán; ni Frontino, como el de Rugero; ni Bootes ni Peritoa, que dicen que se llaman los del Sol; ni tampoco se llama Orelia, como el caballo en que el desdichado Rodrigo, último rey de los godos, entró en la batalla donde perdió la vida y el reino.
-Yo apostaré -dijo Sancho- que, pues no le han dado ninguno de esos famosos nombres de caballos tan conocidos, que tampoco le habrán dado el de mi amo, Rocinante, que en ser propio excede a todos los que se han nombrado.
-Así es -respondió la barbada condesa-; pero todavía le cuadra mucho, porque se llama Clavileño el Alígero, cuyo nombre conviene con el ser de leño, y con la clavija que trae en la frente, y con la ligereza con que camina; y así, en cuanto al nombre, bien puede competir con el famoso Rocinante.
-No me descontenta el nombre -replicó Sancho-; pero ¿con qué freno o con qué jáquima se gobierna?
-Ya he dicho -respondió la Trifaldi- que con la clavija, que volviéndola a una parte o a otra el caballero que va encima le hace caminar como quiere, o ya por los aires, o rastreando y casi barriendo la tierra, o por el medio, que es el que se busca y se ha de tener en todas las acciones bien ordenadas..."

Luego, al fin y ya de noche, llegó Clavileño a hombros de "cuatro salvajes vestidos todos de verde hiedra, que traían un caballo de madera"... y Don Quijote y Sancho viven la gran aventura de sus vidas. Naturalmente, Clavileño el Alígero no levanta dos palmos del suelo ni vuela por las regiones del aire...

"Sin duda alguna, Sancho, que ya debemos llegar a la segunda región del aire, adonde se engendra el granizo o las nieves; los truenos, los relámpagos y los rayos se engendran en la tercera región, y si es que de esta manera vamos subiendo, presto daremos en la región del fuego, y no sé cómo templar esta clavija para que no subamos donde nos abrasemos."

....pues sólo se trata de un engaño más de los muchos que sufren los personajes a lo largo de la obra. Pero al final, cuando Clavileño salta por los aires ("por estar el caballo lleno de cohetes tronadores") y Don Quijote y Sancho se estrellan contra el suelo "medio chamuscados" y maltrechos, de tal modo se han creído y han vivido la aventura que ni siquiera el pillo del escudero se atreve a decir la verdad. Mejor dicho, aquí Sancho sobrepasa ya a Don Quijote en imaginación y credulidad... porque hasta confiesa haber visto las siete cabras del arco celeste (las dos verdes, las dos encarnadas, las dos azules y la una de mezcla).


Fuente: "Caballos, historia, leyenda y mito" de Julio Merino (Ed. Compañía Literaria, S.L., 1996). Págs. 161-164.

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