lunes, 14 de marzo de 2011

Historia: Vida y hazañas de Babieca (2ª Parte)

Antes de proseguir el relato de Babieca conviene recordar que tanto los reyes como los nobles y los caballeros de la Reconquista usaban habitualmente dos tipos de caballos: los llamados palafrenes, que eran "los caballos de camino y de lujo" que se utilizaban para ir de viaje o en la aproximación al campo enemigo, y los caballos de armas. que eran los que se empleaban en las batallas. Los primeros eran, al parecer, animales de contextura recia y ánimo tranquilo..., probablemente del tipo "percherón", "asturcón" o "navarro" (cabeza fina de cara recta, ojos inteligentes y muy separados, grandes ollares, cuello fuerte y crestado, amplia cavidad torácica, ijares consistentes, cuartos traseros redondeados e inmensamente fuertes, patas de longitud media, resistentes y musculosas, movimientos excelentes y gran peso y presencia). Los segundos, muy al contrario, eran caballos de gran tamaño y especialmente seleccionados por su fuerza, su resistencia y su velocidad en la carrera. Seguramente, de origen "árabe", pues no hay que olvidar -y así puede leerse en el Cantar de Mío Cid- que durante muchos siglos el mejor botín que un cristiano podía tomar de un árabe era su caballo... y caballos el mejor regalo o "presente" que el caballero podía hacer a su señor. Como lo demuestra el propio Cid, ya en el canto 40 del poema, y tras la batalla de Calatayud, enviando al rey de Castilla un "presente" de treinta caballos:

Oid, Minaya,
sodes mio diestro braço!
D'aquesta riqueza
que el Criador nos a dado
a vuestra guisa
prended con vuestra mano.
Embiar vos quiero
a Castiella con mandado
desta batalla
que avemos arrancado;
al rey Alfons
que me a ayrado
quierol enbiar
en don treinta cavallos,
todos con siellas
e muy bien enfrentados,
señas espadas
de los arzones colgando.

Posteriormente el Cid haría varios "presentes" más a su rey y siempre con caballos tomados de los árabes. Tras la toma de Valencia dice:

Si a vos plugiese, Minaya,
y no os pareciese mal.
mandaros quiero a Castilla,
donde está nuestra heredad,
y a nuestro rey don Alfonso,
que es mi señor natural,
de todas estas ganancias
que hemos hecho por acá,
quiero darle cien caballos,
ídeslos vos a llevar;
por mí, besadle la mano,
y fírmemente rogad
que a mi mujer y mis hijas,
que en aquella tierra están,
si fuera su merced tanta,
ya me las deje sacar...

Después le mandó otros doscientos para que el rey no piense mal "del que en Valencia manda".
Por todo ello bien puede decirse, pues, que los caballos de armas de la Reconquista española fueron caballos de origen árabe y que es en esos siglos cuando de verdad nació el pura sangre hispano-árabe, por la constante mezcla y los cruces que tuviera que darse entre las razas provenientes del norte y las del sur.
Así era Babieca... un pura sangre hispano-árabe de los pies a la cabeza o de la cabeza hasta el rabo... como el mismísimo Cid observa tras la batalla de Cuarte:

Desde Cullera volvió
mío Cid el bienhadado,
muy alegre de lo que
por los campos capturaron;
vio cuánto vale Babieca
de la cabeza hasta el rabo...

En otro lugar del Cantar el poeta narra la batalla contra el rey moro Búcar y la gran carrera de Babieca de cara al mar... por cierto, que es en este pasaje donde aparece el verso que después han citado todos los especialistas o escritores de caballos, aquel donde se llama a Babieca "el caballo que bien anda":

El que en buen hora nació
(dice el poema)
sus dos ojos le clavaba,
embrazó el escudo y luego
bajó el astil de la lanza,
aguijoneó a Babieca,
el caballo que bien anda,
y fue a atacarlos con todo
su corazón y su alma.

Fue, además, el día que ganó su famosa espada Tizona y, sin duda, una de las batallas más duras y sangrientas entre moros y cristianos, ya que las huestes de Búcar triplicaban dicha jornada a las del Cid... en tal medida que Alvar Fáñez no dudó en decir que "esta batalla que empieza es el Señor quien la hará", dando a entender que la suerte de sus vidas estaba en manos de Dios.
Sin embargo, los del Cid ganaban la batalla, aunque en el campo quedasen miles de "caballos sin caballeros" y cientos de cabezas con yelmo rodando por el suelo. "Siete millas bien cumplidas se prolongó el pelear", dice el poema, antes de que don Rodrigo se plantase ante el rey Búcar y se produjese esta escena:

Mio Cid Campeador
a Búcar llegó a alcanzar:
-Volveos acá, rey Búcar,
que venís de allende el mar,
a habéroslas con el Cid
de luenga barba, llegad,
que hemos de besarnos ambos
para pactar amistad.
Repuso Búcar al Cid:
-Tu amistad confunda Alá.
Espada tienes en mano
y yo te veo aguijar:
lo que me hace suponer
que en mí quiéresla probar.
Mas si este caballo mío
no me llega a derribar,
conmigo no has de juntarte
hasta dentro de la mar.
Aquí le repuso el Cid:
-Eso no será verdad...

Entonces -prosigue el poema- ambos contendientes se lanzaron al galope tendido y en una carrera mortal. Delante va el árabe ("Buen cavallo tiene Búcar e grandes saltos faz"); detrás, el cristiano ("mas Babieca el de mio Çid alcançándolo va")... hasta que a tres brazas del mar don Rodrigo alcanza y mata de un solo tajo al rey Búcar.
Por lo que se deduce que Babieca no tenía rival en cuanto a velocidad ni en cuanto a fuerza y resistencia.
Aquí hay que poner punto final a este capítulo. En el siguiente les hablo de los últimos días del Cid Campeador y de aquella batalla que, según la leyenda, ganó Babieca después de muerto el héroe.

Fuente: "Caballos, historia, mito y leyenda" de Julio Merino. Compañía Literaria, S.L., 1996. Págs.: 98-102.

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